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El dibujo espontáneo infantil


El dibujo es una de las actividades preferidas por la niña y el niño de todas las culturas que inicia en sus primeros años de vida. Apenas tienen la oportunidad de tomar en sus manos un lápiz o crayón y de realizar sobre una superficie cualquiera su primer trazo, éste se convierte en una tarea que los pequeños se empeñarán en perfeccionar. Su ejercitación va de la mano con la maduración motriz y la toma de conciencia del efecto visual del trazo. Hay estudios que dan cuenta de una línea del desarrollo del dibujo infantil estable (Lowenfeld, Koppitz, Bender, entre otros), sin embargo, no podemos pensar que el dibujo es una habilidad que madurará en el niño como lo hará su cuerpo físico, tal como si fuera algo que las manos sabrán hacer simplemente por efecto del crecimiento. La participación conciente y activa de los pequeños, así como su interés y la estimulación que reciba de su ambiente, se reflejarán definitivamente en sus logros gráficos.

En este espacio me interesa mostrarles que esa intencionalidad evidenciada en el trazo, hace posible analizar el aspecto formal del dibujo infantil: reconocimiento, estructuración y significación del espacio; representación expresiva del objeto; y la comunicación visual de contenidos. Primero que todo, debemos tener presente el hecho de que el dibujo infantil cumple con la función de la aprehensión y la expresión estética del mundo inmediato. Esta es una aprehensión sensible y emotiva, es decir, el dibujo expresa la percepción del objeto a través del sentimiento que provoca en los pequeños. Lo más interesante de esto es que este –expresar- se da en un proceso de experimentación (aunque la palabra se escuche muy grande para referirnos al dibujo infantil): es una búsqueda de la representación.

El dibujo infantil está compuesto de elementos de la experiencia del pequeño. Objetos que han sido vivenciados e interiorizados, de manera que han dejado su huella mnémica. Gracias a que siguieron este proceso la niña y el niño pueden recordarlo e imaginarlo (darle una imagen). El dibujo infantil es realizado de memoria por lo que en el proceso de creación se da un ir y venir desde el aspecto visual del trazo impreso en la hoja hacia la imagen del pensamiento y del pensamiento de vuelta a la figura a manera de reflexión.

Empecemos por el proceso de apropiación de la superficie dibujable. Este inicia en el recorrido de la mano que imprime los primeros garabatos y la mirada que lo sigue atenta. Rhoda Kellogs (1987) explica que el ojo tiene conciencia del centro y el perímetro del papel. Entonces, este gesto es una exploración del área sobre la que se dibuja. Es una acción de ocupación que prueba a la vez con las diversas formas de trazo que imprimen los cambios de movimiento de su muñeca. Desde este momento podemos observar cómo el dibujo infantil es un acto que fascina. Esta actividad tiene en sí misma una gratificación que es además inmediata, por eso el gusto por repetirla y de alcanzar nuevos logros. Podrán los niños acudir y buscar la aprobación del adulto, pero la principal fuente de satisfacción es la que han experimentado en el momento de mirar sus propios resultados. De esta manera los pequeños toman conciencia y control de las impresiones de sus trazos y se lanzan en la búsqueda de la representación. Las primeras figuras pre-esquemáticas ocupan de manera arbitraria el espacio, tal como lo hacen un conjunto de juguetes dejados sobre el piso, hasta que el espacio entre ellos empieza a cobrar significado. Más tarde, las figuras serán acomodadas sobre una línea de base que puede representar el suelo, en ocasiones esta línea es el borde inferior de la hoja de papel y señala la relación entre los objetos (generalmente indica la distancia afectiva).

Hasta aquí podemos establecer (con las debidas distancias ya que no hay punto de comparación entre el hombre prehistórico y el niño actual (Gombrich, 1998) un paralelo de la apropiación del espacio que hace el infante con la historia del arte y podemos entender que este último logro correspondería visualmente a las pinturas del arte egipcio, tanto en la esquematización de las formas como en la linealidad de la organización en el espacio. Herber Read (2003) considera que hasta aquí llega la invención del espacio gráfico en el infante, ya que por sí sólo no alcanza a conceptualizar la perspectiva. Si acaso agrega un plano más, dibujado entre el suelo y el cielo, a mediación de la hoja que por lo regular representa un paisaje de fondo. Dado el caso, es poco probable que se represente la diferencia correspondiente al tamaño de los objetos vistos a la distancia.

Aún hay otras características referentes a la organización espacial y estructural en el dibujo infantil que es importante que conozcamos: la ortogonalidad y la autonomía de áreas. La ortogonalidad señala como direcciones principales de estructuración del espacio la línea vertical y la horizontal que forman un ángulo recto y que dan como resultado esquemas simétricos tanto de composición del objeto como de las relaciones visuales entre ellos. La autonomía de espacios se observa en el cuidado que tiene el niño de conservar intactos los límites de cada figura, así como el espacio que lo bordea (Martínez, 2004).

El dibujo espontáneo infantil está confeccionado básicamente con trazos a base de líneas y colores planos. No hay en él una noción de la escala de grises y de la valoración del color y extraordinariamente encontramos matices. Sin embargo, los trazos revelan un verdadero esfuerzo por lograr una representación que exprese cualidades del objeto que van más allá de la simple descripción de sus partes.

En este momento vamos a ver qué nos enseñan los dibujos de Emma, incluidos en la presentación del módulo, pero primero narraré el momento en que surgieron. Emma es una amiguita que cumplirá en poco tiempo sus cinco años de edad. Estábamos sentadas juntas esperando que terminara un evento, por lo que, para “matar el tiempo” (entre comillas porque realmente me gusta aprovechar estos momentos para hacer que los niños me regalen un dibujo) saqué una libretita y una pluma que ofrecí a Emma. Ella me dijo que qué quería que dibujara. Y yo empecé a hacer mis peticiones. Una araña, una mariposa, una flor… entre otros, y para cada palabra hubo una respuesta gráfica.

Miremos detenidamente la araña que dibuja Emma. ¿Qué es lo primero que llama la atención en su representación? El rostro sonriente que podemos identificar como femenino ya que, Emma, ha trazado líneas rodeando el rostro y que simulan el cabello. Pero además, ha agregado un adorno: una flor. Esta es una araña muy femenina. Otro elemento importante en la figura es la cantidad de patas que la niña a agregado. En total son 10. Evidentemente Emma sabe que una araña tiene muchas patas pero no sabe aún que sólo tiene 8. Lo que ella ha buscado representar lo que permite al bicho moverse con ligereza. Está representando entonces su movilidad. El vientre ha sido remarcado en muchas ocasiones para enfatizarlo. Para muchos, y probablemente para Emma, esta es la parte más repulsiva, pero quizá sólo quiere mostrar lo abultado. El dibujo además recurre a un tipo de composición simétrica que utilizan los niños por el hecho de que muchos elementos de la naturaleza, nosotros mismos y como consecuencias los objetos fabricados para nuestro uso, lo son.

En este primer dibujo, hay indicios de que las líneas del trazo llevan la intención de significar. Si miramos ahora la mariposa, encontramos que el cuerpo del insecto ha sido remarcado para diferenciarlo de las alas y darle más peso visual. Al ver con detenimiento, apreciamos la cabeza fue rellenada primero, con una diferencia en el sentido de los trazos de la frente. Posteriormente se continuó con el cuerpo. En el resultado final no hay gran diferencia entre la cabeza y el cuerpo, tal como no la hacemos a primera vista cuando vemos a una mariposa real. Ahora consideremos el trazado de la flor. Emma no se contenta con definir sus figuras mediante líneas. Sino que les agrega carácter con sus trazos. El tallo es rellenado con líneas que van de arriba abajo, recorriendo e indicando su verticalidad. El centro de la flor vemos remarcando nuevamente lo abultado. Pero en este caso hay algo más interesante. Al ir rellenando los pétalos, Emma fue girando la libreta, de tal manera que logró el efecto de textura de los pétalos. Ya a estas alturas podemos reconocer en los trazos de Emma ciertas característica, que bien pudiéramos llamar como su “técnica” o su “estilo” si estas palabras no se consideraran tan “grandes” como para utilizarlas como calificativos del trabajo de una niña.

Los niños no representan, presentan. Emma no está describiendo con un esquema los objetos solicitados, sino que nos muestra a su araña, su mariposa y su flor, cuidando que los trazos transmitan el concepto sensible que tiene de ellos.

Los niños presentan los objetos de su pensamiento, una imagen configurada así crea un símbolo. En el ejemplo de los soles en la página siguiente del PDF, podemos distinguir un cierto patrón aprendido por el niño o la niña: un estereotipo. Esto sobre todo en el caso del sol 1 y del sol 2. Sin embargo, al ver la diversidad de trazos que muestran los niños para representar un sol, podemos considerar que lo que se busca es una imagen que, además de que de la idea de la incandescencia del sol, complazca al propio dibujante. Detengámonos un poco para admirar el sol 4… ¿no es increíble la manera en el que el pequeño de 6 años ha logrado representarlo? En este caso podemos apreciar que no empieza por definir el objeto con líneas o con el círculo con el que los otros niños empezaron a trazar su sol, sino que se lanza a ubicarlo en un espacio del papel con trazos vigorosos superponiendo además, los colores rojo y amarillo. Es una representación con mucho valor estético. Lamentablemente es probable que esta calidad se debilite cuando al niño se le “enseñe” a dibujar.

Con esta breve muestra de dibujos he querido plantearles la hipótesis de que los niños en edad preescolar tienen una forma que más que individual pudiéramos definir como íntima para lograr sus representaciones. No hay lugar para pensar que se llega a ella de manera azarosa o inconsciente, puesto que la relación mano-ojo en la impresión del trazo retroalimenta inmediatamente al dibujante. Es verdad que el resultado depende en mucho de la madurez visomotora, pero aún dentro de sus posibilidades, el niño elige ciertos trazos y va tomando decisiones plásticas. Las representaciones infantiles están más determinadas por su carácter personal que por sus habilidades físicas, esa es la coloración que queremos que conserve e intensifique en su expresión plástica a través de los años y de la educación formal.

Referencias

Kellogg, R. (1987). Análisis de la expresión plástica del preescolar. Colombia: Editorial Cincel Kapelusz.

Gombrich, E. (1998a). Arte e ilusión. (1ª. ed) Madrid: Debate.

Martínez, L. M. (2004). Arte y símbolo en la infancia. (1ª. ed.) Barcelona: Octaedro.

Medina, A. F. (2010). El juego de los trazos (1a. ed.). México: Trillas

Read, H. (2003). Imagen e idea. (8º re ed.). México, D.F.: Fondo de Cultura Económica.

 
Metáforas de papel

EXPOSICIÓN

Del 20 de julio al 28 de agosto

Museo El Centenario 

San Pedro Garza García, N.L. Mx

EXPOSICIÓN: ACTIAL 

 

Notas al margen

Museo de Ciudad Guadalupe

 

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