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El Cuerpo como Poiesis

Ponencia presentada en el Coloquio Internacional de Género, Erotismo, cuerpo y prototipos en los textos culturales. Universidad de Guadalajara, Jalisco, México 2016

“¿Qué siento cuando me lees tus versos?

Que desnuda vivo para la posteridad”

Minerva Margarita Villarreal

La poesía se gesta en el cuerpo. La metáfora de la que se sirve el poeta, escritor o artista visual, es posibilitada desde su más temprana experiencia, en la que las cosas del mundo quedan inscritas en la piel en una transmutación erótica. Figuraciones del mundo imaginario aprehendido por el cuerpo y expresados a través de él. El cuerpo, en particular el femenino, tiene su propia manera de aprehender el mundo, dictada por características anatómicas, fisiológicas y culturales, mismas que son el vehículo de su expresión. Así, en el proceso creativo se trasluce el cuerpo-piel que concibe la forma plástica o literaria, donde la materialidad y la técnica se ofrecen como elecciones necesarias de la imagen. La presente propuesta es un ejercicio transdisciplinario, que busca desvelar esas inscripciones en un grupo de bosquejos al pastel realizados por mí en sesiones de estudio de figura humana, por un lado y por otro, en la obra “De amor y furia. Epigramísticos” de la poeta Minerva Margarita Villarreal. Con la complejidad que supone la auto-referencia en los bocetos y la distancia en los poemas. Ambos como la exploración del cuerpo del otro, como reflejo del deseo y el encuentro consigo mismo.

Poiesis es creación del poeta. Representación material, mimesis de una realidad. Poiesis es también “aquello que continúa y fecunda oscuramente el camino del mito, a través de sus metáforas” (Lledó, 29).

Empiezo por elegir un tono beige, utilizo pan pasteles que tienen mucha semejanza a las sombras para párpados y que incluso se aplican igual, con esponjas de diversas dimensiones. Los prefiero porque el más leve contacto con la superficie del papel lo mancha. Frente a mí, el modelo desnudo, hombre o mujer, según quien haya sido llamado. No estoy sola, dibujamos en grupo, sin embargo, los cinco u ocho minutos que tengo para realizar mi bosquejo exigen total concentración. Entonces sí, en el salón sólo queda el otro desnudo frente a mí. El dibujo de figura humana con modelo en vivo es un estudio obligado para el artista desde el Renacimiento. Lograr cada nuevo escorzo es un verdadero reto. A lo largo de un año, he intentado trabajar diversas técnicas: grafito, carboncillo, sanguina. He usado como soporte papel blanco, kraft, fabriano de color y negro. Prefiero los sombreados a la línea. Al delinear se describe la figura, se traza una frontera que delimita y contiene, de manera que la figura se queda plana y vacía si en esos pocos minutos no alcanzo a modelar con los grises un cuerpo en su interior. Aunque me gusta el reto de la precisión que conlleva un dibujo delineado y limpio, son pocos los que inicio y termino con esa intención, sin ceder al impulso del sombreado y el volumen. Quizá por esto me desplazo al pastel y dejo los lápices de lado. El pan pastel viene comprimido en pequeños contenedores circulares. Para trabajar con él, tengo una serie de aplicadores de esponja, aunque realmente sólo utilizo uno al dibujar. Algo que disfruto mucho de esta técnica es que pocas personas la conocen, al menos, ninguno de mis compañeros habían visto siquiera estos materiales. Los disfruto y los siento mi propia forma de expresión.

Mis bosquejos no son más que manchas sobre el papel y eso me fascina. Ya sea en hoja de color y en especial sobre el negro, cada gesto de mi mano queda impreso. Logro una figura en apariencia acabada en pocos minutos. Digo en apariencia porque en la distancia, la imagen parece terminada. Los matices le dan todo lo que necesita: luz, forma y vida. Es necesario observar muy de cerca para comprobar que he ignorado la línea y que descuido rostros, manos y pies pues me he conformado con sugerirlos. Aun cuando al dibujar una figura humana necesito ubicar en el plano el rostro, iniciando por los ojos, me es difícil regresar para acabarlo, sucede que ya no encuentro el trazo y a menudo, se deforma. Esto no me molesta, prefiero dejarlo inacabado, de hecho, en estos ejercicios me interesan poco las facciones del modelo. Plasmo, así, la voluptuosidad de un torso que baja desde el cuello y que se extiende a menudo sólo hasta los codos y las rodillas. Esta es la manera de explorar de mi mirada.

En toda expresión fundada en el lenguaje se desvela la imagen del cuerpo. La imagen erotizada en el intercambio con el otro (Doltó, 17, 19). La elaboración en texto la transforma necesariamente en metáfora, única manera de comunicar las experiencias, vivas aún, inscritas como sensaciones corporales. El propio inconsciente requiere simbolizar, esto es, codificar, transmutar en lenguaje para ser, su matriz es así, el cuerpo (Nasio, 25). En cuanto al símbolo, Levi-Strauss citado en Nasio afirma que “tiene el poder no sólo de sustituir la realidad, sino también, de modificarla o incluso de engendrarla”.

El cuerpo imaginario se expone a una metamorfosis para desplegarse en texto. La imagen elegida se desprende de un objeto guardado como experiencia y cuyo rastro en la memoria se antoja analogía de la sensación. Son las cosas presentes en la más temprana infancia, las que son susceptibles de ser habitadas en la imagen poética. Mar, espuma, caracol, arena, perla, lluvia, cuyas cualidades son ahora vehículo de expresión del inconsciente creador.

Me acerco a mis bocetos, y más adelante a la poesía de Minerva Margarita, en busca de las metáforas que desvelen una imagen del cuerpo y me encuentro, en ambos casos, ante la desnudez. Piel, piernas, torsos, senos, vaginas, testículos y penes se muestran desnudos sobre el papel. ¿O no es así? La realidad es que, lo que tengo ante mí, en el caso de mis dibujos, es un texto codificado en líneas, color, matices, contrastes, texturas. Un texto susceptible de ser leído. Lo que debo hacer es mirar más de cerca, para leer.

El ejercicio del dibujo de figura humana es exploración del cuerpo del otro. Ante un modelo femenino, mis trazos afirman un paisaje que me es familiar. La imagen la construyo con luz para destacar la voluptuosidad de hombros, senos y vientre hasta el pubis. Un tono de verde seco me ayuda a dar sombra y volumen y a definir algunos contornos. Los trazos son apenas los necesarios para sugerir la forma, no hay ningún detalle, sólo impresiones. Los bosquejos están básicamente realizados en tonos para encarnaciones: beige, ocre y verde, pero tiendo a experimentar aplicando rojo y morado en las sombras. Con estos colores, logro un efecto dramático. El rojo sobre la piel no la hace sangrar, la afirma en su propia vida.

Ante un modelo masculino mi exploración es distinta. Cada músculo es novedad y reto, no en pocas ocasiones me he perdido en el intento de conseguir sus formas al grado de ya no entender lo que estoy dibujando. La espalda masculina se puebla de formas que no están presentes en la femenina, mucho más lisa. Disfruto, realmente disfruto, ese doble recorrido que realizo con la mirada y el trazo sobre los músculos masculinos de los hombros, el torso, el vientre y genitales. Aunque no se trate de un cuerpo demasiado formado, es distinto y está ahí para ser reconocido. Pero deseo encontrar al hombre y no puedo dejar de sentir esa falta cuando descubro gestos femeninos en los modelos masculinos.

La descripción que acabo de hacer de mis bocetos es un ejercicio necesario para su lectura. Es decir, he recodificado la imagen visual, fijándola en la linealidad de los enunciados. Transformada en imagen literaria le doy un nombre que de nuevo la envuelve en la metáfora. Tal como sucede en los sueños, hay que hablar de la imagen visual para entenderla. Cada frase funciona como idea optativa y es necesario pronunciarla para escuchar en ella el contenido latente de los trazos (Rodulfo, ).

Mencioné líneas arriba, que los pocos minutos de cada ejercicio me son suficientes para considerar acabada cada figura. Narcisistamente me deleito de ser capaz de lograr mis representaciones con apenas unas manchas de color. Y me gusta ese estado que no termina por fijarlas en el papel, de manera que, siento que escapan a la representación. Éste es el juego que disfruto en cada sesión en donde sé que el tiempo limitado me obligará a dejar sin terminar mi dibujo. De hecho, ha habido ocasiones que yo misma deseo que el tiempo se cumpla y no avanzar más. Los dibujos quedan, entonces, suspendidos en un momento previo a la representación, entre la intención de mostrarse o regresar a fundirse en el papel. Los pienso como cuerpos que, si se exponen, lo hacen cubiertos de pigmento. Manchados de rojo, morado y ocre. Formas logradas con trazos espontáneos que sin embargo no se dejan atrapar por mirada alguna, pues si te acercas demasiado, los trazos perderán su cohesión, y tal como lo hace una burbuja, la figura se desintegrará por completo.

La imagen inconsciente del cuerpo, afirma Nasio (2008), es la imagen de una emoción compartida, la imagen del ritmo, de la interacción emotiva, deseante y simbólica. Un lenguaje de ritmos. Así, el poema es, en sí mismo, la representación de la imagen corporal del poeta: rítmico, emotivo, simbólico y deseante. Sobre la poesía de Minerva Margarita Villarreal, he tenido la oportunidad de escribir en otros espacios. En aquellos textos destaca el agua y sus formas, así como las piedras, los zapatos y los barcos como cosas privilegiadas por sus proyecciones. En “De amor y furia. Epigramísticos” noto su ausencia, así como la de cualquier otro objeto, salvo unas pocas excepciones. Busco en los versos la metáfora que desvele la imagen corporal y descubro desnudez. La vuelta a cada página equivale a levantar sábanas bajo las cuales, cuerpos nombrados arquetípicamente, se trenzan en erótica y feroz lucha de géneros. Me llama la atención que con frecuencia la voz femenina puede ser ubicada en las páginas pares y una alusión a la masculina en las impares, de manera que tengo la sensación de que, al abrir la página, separo los cuerpos jadeantes, suspendidos en la acción de impregnarse de la carnalidad y simbolismo del otro. Queda a la izquierda una boca o una vagina abierta y a la derecha el pene erecto sobre el que cabalgaba.

Para este análisis, procedo en operación inversa al ejercicio realizado con mis bocetos. Trato de visualizar las imágenes de los versos y empiezo a bocetar los cuerpos que evoca la poesía de Minerva. Los epigramas aluden a la desnudez mítica, cuya piel contiene deseos y temores arquetípicos, fundantes. Cada nombre erige una metáfora que se eleva e impone por la fuerza de su inmanencia.

Es, evidentemente, una mirada de mujer la que explora y escribe. Sólo un cuerpo femenino puede dar a luz un epigrama y en los poemas se construye a partir de dos zonas erógenas: la boca y la vagina. Ambos orificios empoderan el cuerpo imaginario.

La boca, ambivalente, ligada por un lado al placer sensual masculino

“Las caricias de mi lengua

en tus velludas piernas —oh, testículos—”

“Quieres mamar,

llégale”

Y en la siguiente línea se vivencia reprimida

“pero no abras la boca

para palabra pronunciar”

Boca de poeta, mordaz, castrante

“Era tanta su envidia del pene,

que en lugar de mamarlos, se los comía”

Entre boca femenina y vagina no hay diferencias. Ambas son mordaces. Devoran al igual que dan a luz y por lo mismo, tienen tanto valor para provocar envidia, envidia del coño.

La imagen del bolso es metáfora de la vagina, que cerrada contiene, oculta, anhela

“El pequeño aparato que oculto

tras el zíper de mi bolso

atesora, sin volumen,

los mensajes de mi amante

hacia nuestros anhelados encuentros”

La figura femenina lleva el nombre de: prostituta, puta, insatisfecha, bruja, coqueta, infiel. Formas nominativas que, la poesía de Minerva, lleva más allá de la ofensa o el estigma. Las hace suyas para elevarlas en un solo nombre: Poeta.

La figura masculina, el cuerpo del otro, seduce también por la palabra, aún cuando se pretende desdeñar el falo y burlarse de la pretendida envidia del pene, llamándolo: pajarito. Y a él: imberbe, poeta de baja estofa.

Cuando la imagen del cuerpo se exterioriza, se transforma en una cubierta, como la de un caracol. La metáfora del cuerpo en el espacio proyecta un palacio, grande, laberíntico. Edificado de mármol como las lápidas. Una casa vacía, donde la poeta no está, pues el aire que se respira dentro la envenena.

Este ensayo, no pretende ser un estudio exhaustivo o intrusivo de la obra de Minerva, por lo que sólo quisiera comentar una imagen más, para disfrutarla.

La poeta habita, en sus versos, a la tristemente célebre Penélope e imagina esas noches sin Ulises. Al habitarla, se transforma en ella exponiendo su propio cuerpo a su deseo. Así, la imagen gastada, objeto de burla, de la mujer que espera infinitamente la promesa incumplida del hombre se renueva y estalla en su erotismo.

“Penélope febril

He tejido el manto

que ansiosa

de noche deshago

practicando posturas

frente al espejo “

Penélope teje con sus manos, al igual que la poeta que escribe, da forma de manto al hilo, pero es el cuerpo deseante de la mujer el que lo deshace cada noche. Al colocar el cuerpo erotizado frente al espejo nos obliga a mirar desde ahí, entonces, la imagen reflejada, la que se contorsiona por el ansia del cuerpo del amado, es la nuestra.

Referencias:

Nasio, Juan David. Mi cuerpo y sus imágenes. Paidos

Dolto, Francoise. La imagen inconsciente del cuerpo.

Rodulfo, M. (2006). El niño del dibujo. (5a. Reimpresión ed.). Buenos Aires: Paidós.

Metáforas de papel

EXPOSICIÓN

Del 20 de julio al 28 de agosto

Museo El Centenario 

San Pedro Garza García, N.L. Mx

EXPOSICIÓN: ACTIAL 

 

Notas al margen

Museo de Ciudad Guadalupe

 

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